CAPÍTULO III
"Derribándolo todo a cada trago, en cada bar, sin miedo a que luego no encajen las piezas".
Cuando llega a Madrid, la lluvia se ha incrustado en la rutina del paisaje. A Casto es como más le gusta esta ciudad. El paisaje gris se refleja en el asfalto mojado, la gente baja el ritmo estresante característico de la capital y deambula de manera silenciosa, como simples manchas sobre el suelo. Casto ahora es uno más.

Antes de volver al frío descanso de su casa, prefiere volver a aquellos hogares que dejó encendidos en barras de algún que otro bar. Volver a notar la soledad de la agitada noche madrileña. Rutina de taberna, emborrachándose y riéndose, pero también maldiciendo este país. Derribándolo todo a cada trago, en cada bar, sin miedo a que luego no encajen las piezas. Gritando a hermanos de whisky, aquellos a los que ya no veía desde que se recluyó, huyendo de su dolor. 

Poco a poco se conduce hasta su casa en el añejo barrio de Ventas. Restos del Madrid barroco se mezclan con edificios populares, ecos de posguerra. 

Alterna barrios y zonas, pero hoy no quería irse muy lejos de su casa. Le cuesta volver a ésta, no quiere afrontar lo que le espera: volver a la oficina, limpiar las telarañas de su mesa, de sus cajones. De su cabeza.

Recuerda entonces a Caty, la que fue su secretaria, demasiados agujeros de su vida que le ayudo a tapar. Si quiere volver abrir la oficina tendrá que llamarla. No lo hace desde que cerró, pero se lo debe, la echó sin aviso. Aunque Casto preferiría que no fuera así, no quiere verle la cara a alguien que le recuerde diariamente su tragedia. 

Como cierre a una noche más, la penúltima la pagará en "La Retama". Bar de excelente menú y copiosos aperitivos.  El jefe, sevillano de recio gesto, mira a Casto con extraña cercanía. Sin que Casto hable, le sirve su whisky.  Bebe mientras observa el muestrario de la pared: calendarios caducos y pósters de equipos de fútbol de abolengo. Antes de acabar de beber, un brazo le cubre el hombro.

- Si llego a saber que iba a estar aquí, no pierdo el tiempo en el metro.

Un hombre de edad indefinida, delgado hasta los pies, abraza a Casto con la poca fuerza que tiene. Sus gestos y sus muecas son sinceros, tanto como su expresión. Echaba de menos a Casto. Él también:

- Niño, no abraces tan fuerte.

Casto le conoce, es un superviviente urbano, ese tipo de personas que no sabes como es posible que sobrevivan una noche a la intemperie y sin embargo, seguirá recorriendo las calles cuando Casto descanse bajo mármol. Su cara es un reflejo de sus años en la calle y su cuerpo es literalmente un perchero sobre el que descansa una cazadora vaquera desgastada. A Casto le parece curioso ver la cazadora ahí colgando como si fuera una metáfora de la vida de Tato: agujereada y descosida, pero sigue resistiendo el frío.

- No pensé que me alegraría de volver a ver esta cara-  dice Casto con austera alegría.
- Ya pensé que se había ido o algo así.
- Lo hice Tato, pero te echaba de menos- Casto se maneja bien con la ironía.
- Oye ¿y por qué no me pides una cañita… Así, para celebrarlo?

Casto hace un gesto hacia el camarero, que rápidamente le sirve la cerveza.
Tato se siente ahora protegido por Casto y sacando arrogancia de donde solo había cenizas, espeta:

- Pero ponme algo de picar, que se te va a pagar.

El camarero mira de reojo a Casto que asiente sin que Tato se dé cuenta.
Le sirve un pincho de tortilla, al que Tato hace honores de "última cena". Con paciencia, despliega un protocolo digno de príncipes, saboreando la tortilla a cada paso, sin haberla probado todavía. 

Tras el manjar, Tato se siente mejor, contento. Está en paz con el camarero, al que le hace ver la amistad que le une a Casto

- Este es el que me invitó al Madrid-Barça - le dice, mientras en la cara aparecen los restos de una gran experiencia. Ahora mirando a Casto vuelve sobre la anécdota mil veces contada:. -Vaya partido ¿eh? Bueno para ti no, claro-. Casto se mantiene hierático, sin responder a la puntada que Tato le lanza, ya se conoce el final. 

Todo fue que Casto consiguió cerrar un caso por una información que Tato le consiguió (El caso era sencillo: un taller que se encargaba de vender coches robados y en mal estado, asegurándose futuras reparaciones). Y como deferencia, Casto invitó a Tato al Bernabéu, el fatídico domingo en el que el Barça, del que Tato es fiel seguidor, con un tal Ronaldinho en sus filas, metió tres goles en la portería de Casillas. 

Tato está eufórico, es una sensación desconocida para él, y sorprendente para su interlocutor. Tato, delgado de alma, parece ahora hinchado, orgulloso, como un ave desplegando su plumaje. Se cree estar en el Bernabéu en ese mismo momento. Repasa el partido como si fuese ayer, una alegría de la que vive todavía. Reflejo de una vida hecha para olvidar.

- Todo el Bernabéu aplaudiendo a Ronaldinho. Vaya jugador.
- Buah, un brasileño samboso más-. Casto intenta minimizar la anécdota.

La charla de fútbol hace que Casto se vuelva a sentir en casa, recuerda su antigua rutina de domingo. Se olvida de su nueva rutina semanal.

Casto cambia de tercio y se interesa por Tato, con especial interés.

- Bueno y ¿Como te defiendes?¿De dónde sacas para vivir?
- Ya sabe jefe, hago lo que puedo. Hay mucha gente por ahí que no aprecia lo que tiene.
- Te preocupa eso, ¿no? la pasta.
- ¿A usted no?
-¿Sigues en la calle?- Casto mantiene una actitud directa, de interrogatorio.
- Yo lo llamo "casa"- Tato suaviza su tragedia con ironía, se ríe.
- ¿Cuando fue la última?- Casto dramatiza su cuestionario.
Tato se queda callado, mirando fijamente a Casto. 
- Sé que no estás limpio, Tato.
- Yo quiero, de verdad. Pero el túnel no parece que se acabe nunca.

Con indiferencia, Casto se levanta, se echa la mano al bolsillo y llama al camarero. Paga las bebidas y un bocata para Tato.

- Esta noche cenas y te vas a dormir. Por hoy te olvidas de esa mierda- Las instrucciones son claras. Casto le mira fijamente mientras se las explica, asegurandose que Tato lo comprende todo.  

Tato asiente. Está abrumado por la reprimenda de Casto, se le han bajado los humos.

- A partir de mañana te quiero con los ojos bien abiertos ¿entiendes? Cuando te vea quiero que estés limpio y que me des información. El resto del tiempo haz lo que te salga de los huevos. Si me das lo que quiero, habrá más de esto-. Señala al al bulto de "albal" que el camarero deja sobre la barra. - Y no te preocuparás por la pasta. 

- Pero… ¿Vuelves a currar?
- Mañana vuelvo a  abrir la oficina y quiero saberlo todo.

Casto da una palmadita en la cara a Tato y se marcha. Tato se queda parado viéndole salir con su bocata en la mano, le echa un vistazo y antes de que Casto abandone el bar, le grita:

- Oye, pero mi tarifa ha subido, ¡eh!