CAPITULO I

"Se siente un pez fuera del agua, un humano entre marcianos"

Desde lo lejos hay un elemento que le hace revolverse. No sabe lo que es, no puede identificarlo.

Tampoco identifica de dónde viene. Lo oye lejos, como a kilómetros, pero al contrario, le pertenece, lo siente muy dentro, un eco de sí mismo. La sensación se incrementa. Le fastidia porque se encuentra relajado, en un estado total de abulia, como suspendido y arropado por la penumbra. 

Hasta que lo identifica; es un sonido constante y repetitivo. Se pregunta cómo puede ser que nazca de su interior un sonido. Lo ignora, pero el sonido no claudica, es más fuerte que él, es eterno. Casto no tiene opción, se va rindiendo, la penumbra se va convirtiendo en luz; la suspensión, en barranco.

Se despierta.

Su móvil suena insistentemente. Estira el brazo y lo apaga como puede.

Casto se descubre boca abajo en la cama, preguntándose qué es lo que le oprime la cabeza y se la cubre, le pesa. Intenta levantar el cuello. Es como si la sintiese una extremidad más. 

La boca la tiene pastosa. Duda que en algún momento eso haya sido una boca real: una capa viscosa se la recubre entera. La lengua ya no es suya, ahora es más grande, ancha y torpe. Se incorpora.

Observa que está vestido; zapatos, chaleco… Ni siquiera se desanudó la corbata. Tan solo dejó la consciencia a los pies de la cama.

En la mesa, una botella vacía y un vaso con el dorado líquido hasta la mitad. Y una pregunta se le repite en la cabeza ¿Qué cojones ocurre?

Su ritual matutino le devuelve poco a poco a la realidad. La ducha, con el agua cayendo sobre la cabeza, le trae a la mente los recuerdos: el porqué está ahí, la oferta de trabajo de su familia,... Y de repente, la losa, el flojeo en las rodillas, la nube en los ojos. Los recuerdos no son todos buenos.

Baja al bufé del hotel. Pasea de arriba abajo recorriendo esas mesas insultantemente llenas de comida. Cualquier otro día disfrutaría tan solo de las posibilidades, hoy tanta oferta solo le genera confusión. 

Decide irse a un bar cercano. Café con leche. No tiene estomago para comer nada. Se hace con un periódico, elemento fundamental del menú. Sus desayunos se rigen por un protocolo tan importante y básico como un balón en el fútbol. Cuando se dispone a leer el titular, un vecino de barra le interrumpe. Uno de esos que se esfuerza porque todos le escuchen. No los soporta. 

-Son todos unos sinvergüenzas. Solo vienen aquí a robar.

Casto divaga pensando cuántas hojas del periódico que está leyendo tendría que meterle en la boca para poder callarle. Pero un zote, vertido sobre una banqueta al final de la barra, cae en la trampa.

-Pero todos, ¿eh? porque no me dirás tú, que el otro no se llevaba nada.

Palabras vacías, que le joden el desayuno. Podrían hablar de cualquier cosa y de nada a la vez: sofistas en estado puro.

Olvida lo que está ocurriendo y se concentra en su periódico, aunque se arrepiente en poco tiempo: los recortes en sanidad, la economía… Otra vez la úlcera y el calentón. Casto entiende de lo subjetivo de sus planteamientos, pero eso no le quita para pensar que la frase  "hay que recortar en sanidad porque no hay dinero", es un insulto, es pensar que somos tontos, aunque se lo ponemos fácil.

Lo peor está por llegar y lo coge por sorpresa. En grandes letras negras reza: "Un mosso apuñala a un taxista paquistaní". Vuelve a leerlo: "taxista paquistaní". Le suena a "etiqueta", duda si buscan con ello el entendimiento del lector. Él lo único que entiende es el sin sentido. En lugar de proteger anda por ahí ajusticiando a hierro. 

Paga y se va. 

Esa idea sigue en la cabeza de Casto: siente que las cosas ya no son fáciles, como antes, la gente está perdida. Ya no se identifica con nadie. El respeto ha dejado de ser el abrigo de la gente. Parece una tontería pero la gente ha dejado de darse los “Buenos Días”. 

Añorando tiempos mejores, llega a casa de sus familiares. Le estaban esperando.
Se trata de unos primos con los que trataba cuando eran chicos, una pareja mayor que al verle convierten en verbena su moderada vida.

Le pasan a un salón, de esos en los que el paso del tiempo es una anécdota. 

- ¿Cómo que no viniste antes?¿Y dónde has "dormío"? Habráse visto que te tengas que ir a un Hotel y te tenía yo la cama "prepará". Está noche te quedas aquí… Bueno, pero a comer, sí. ¿Y cómo has "quedao" del viaje?
   
Mantiene los pies en el suelo, muleteando las preguntas con una sonrisa. Se encuentra bastante incómodo, nunca ha manejado esta situación, donde lo cotidiano y lo anónimo se dan la mano. 

Pero esa sensación dura poco. Consigue relajarse y olvidar el deseo de una fuga milagrosa. Entonces, Casto, que no ha olvidado el motivo de su visita, percibe unos gestos debajo de la mesa.

-Les agradezco su hospitalidad, pero, sin querer ser grosero, agradecería que fuésemos al motivo de mi presencia aquí.

La mujer cambia su discurso de bienvenida por un lamento, agarra su pañuelo. Lo hace como si no lo hubiera hecho nunca.

-Una desgracia, Casto.

Casto no se altera. Sabe que la tragedia que maneja alguien de esa edad es bastante relativa. Pero enseguida lo comprende. Claro que sabe qué hace ahí, ¿qué iban a ofrecerle si no fuera un caso? Otra vez salir a la calle, recorrer "los bajos fondos". El olvidar tu vida para vivir la de otro. 

Pero lo malo no son los tópicos. Es la implicación, es el compromiso y el dormir de día. Es el nunca es suficiente, el siempre se puede dar un poco más. Es el luchar de nuevo contra la frustración.

Y sobre todo es el amargo sabor de su pérdida.

Pero esa es su vida. No sabe hacer otra cosa, aunque esta vez lo deseaba. Un trabajo normal. Uno de esos de los que te preocupas más por el menú del día que por el propio oficio. Porque eso es lo que necesita Casto: convertirse en un autómata, carne de monotonía. Enclaustrar bien su mente.

Pero no. Es un nuevo caso. Escucha.

Una vez terminado, acepta y decide irse al hotel a descansar.

El caso es el siguiente: a principios de este año, por cuestiones médicas, se vieron obligados a coger a una chica para que hiciera las labores domésticas. Y cumplió las expectativas: simpática, atenta y aplicada. Parece ser que le cogieron cariño enseguida. A los pocos días desapareció, no dejó rastro, voló "puff". Se quedaron consternados, impotentes: no podían entender que se fuera así sin más. Decidieron no coger a otra chica, les dolió el abandono.

Continuaron su día a día como el que ve ponerse el sol, hasta que un día en el buzón apareció la bomba. Un anónimo que anunciaba: "Sabemos lo que le habéis hecho a Marina. Si no queréis que hablemos tendréis que seguir nuestras indicaciones"

Aseguran no haber hecho nada y Casto lo cree. La verdad es palpable, aunque hubieran querido el verdugo se convertiría en víctima. El caso le parece claro. Alguien cree que su familia debe tener un dinerillo guardado y quiere pasarse un buen agosto a su costa, es probable que haya sido la chica misma. Pero ¿por qué?

Casto se lamenta: ¿qué cojones puede tener una chavala en la cabeza para poder hacer una cosa así? ¿En qué momento se perdieron los limites?. Ese es el verdadero problema ya no hay limites. Seguramente todos seamos responsables. Sea por no hacer nada, por no decir nada... por no dar los “Buenos Días”. 

La noche le encuentra en una calle desierta. Se ha tirado toda la tarde rumiando el tema sin encontrar salida. Solo una: se siente como un pez fuera del agua. Un humano entre marcianos. Le entran ganas de tomar un trago: lleva todo el día sin beber y solo ha conseguido esa pesada nube otra vez en la cabeza.

Casto se aleja en dirección al hotel, mientras, al fondo de la calle, dos muchachos juegan rompiendo botellas en mitad de la carretera. La gente pasea, nadie les dice nada.


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